viernes, 21 de febrero de 2014

José Sazatornil, un grande inolvidable, Premio de Honor de la Unión de Actores.


La Unión de Actores y Actrices de Madrid ha hecho público el nombre del intérprete homenajeado en su XXIII edición de los Premios del conocido sindicato y, muy merecidamente, este año el Premio Toda Una Vida irá a parar a las manos de uno de los grandes entre los grandes de nuestro cine: José Sazatornil 'Saza' (Barcelona, 1925). Con este premio, los integrantes del gremio quieren reconocer a "un emblema del cine y del teatro español, con cuyo talento han disfrutado varias generaciones", según señalan en un comunicado. El premio se le otorgará durante la ceremonia de entrega de estos galardones, que se celebrará en el teatro Coliseum el próximo 10 de marzo. Por lo pronto, nosotros nos adelantamos al homenaje y celebramos la noticia abordando la figura artística de Sazatornil como realmente merece: con un repaso a su filmografía. Integrante de esa galería de ilustres secundarios que poblaron nuestro cine durante las últimas décadas del franquismo, 'Saza' brilló con luz propia en el terreno cómico gracias a la inteligente inclusión en su registro de esa mordacidad tan intrínsecamente catalana, tanto fue así que el mismísimo Berlanga se valió de ella para confeccionar una de sus grandes obras maestras. Fueron pocos los protagonistas de los que disfrutó en la gran pantalla, sin embargo José Sazatornil siempre logró lucirse a base de bien en cualquiera de los personajes que le cayeran en gracia, poco importaba su extensión: su peculiar e inconfundible físico (esa boca de buzón, esa nariz prominente), su aún más inconfundible voz y su distinguido, recio porte que denotaba no poca seguridad y aplomo, deben contarse entre los mitos por antonomasia que parió nuestro cine.

Con Paco Martínez Soria, en ¿Qué hacemos con los hijos? (1967).
Educado en el Colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana, a lo que debe sus férreos planteamientos morales, José Sazatornil comenzó trabajando como actor amateur a los 7 años de edad para luego pasar a desempeñar una continuada labor sobre las tablas en grupos teatrales catalanes, que compaginaba con su trabajo como dependiente en el negocio familiar. Debutó profesionalmente en 1946 en el Teatro Victoria de Barcelona, con la Compañía de María Vila y Pío Daví, adquiriendo pronto cierta celebridad como intérprete teatral, hasta que llamó la atención de la esposa del actor Paco Martínez Soria, que lo contrata para su compañía. En 1957 se montó una él solo y pasó cerca de ocho años deambulando por España con tres o cuatro obras, de las cuales algunas eran suyas y, casi siempre, en el campo de la comedia o la Revista. Su salto al cine, al igual que su acreditación artística (‘Saza’), se la debe a Ignacio F. Iquino, que lo contrató en 1953 para Fantasía española, de Javier Setó, pasando a formar parte de los repartos de un buen número de filmes catalanes de escasa repercusión, con predilección por el cine de Iquino: El golfo que vio una estrella (1955), La pecadora (1956), hasta su esporádica incursión en la obra maestra El verdugo (1963), de Luis García Berlanga, pasaporte a la producción oficialista del momento y que benefició el que el actor cambiara la ciudad condal por la capital del Estado como lugar de residencia.

Verano 70 (1969).

Desde ese momento, ‘Saza’ frecuentó durante la mayor parte de su trayectoria artística en los sesenta algunas de las comedias más importantes de la época, aunque no destaquen precisamente por sus valores artísticos, comenzando por el tremendo éxito de temporada que supuso La ciudad no es para mí (1966), de Pedro Lazaga, y a la que siguieron nuevos cometidos secundarios que dieron testimonio de su enorme potencial para la caricatura en toda clase de comedias típicas de aquella época de desarrollismo: ¿Qué hacemos con los hijos? (1967), de nuevo para Lazaga, Las que tienen que servir (1967), de José María Forqué, Amor en el aire (1967), de Luis César Amadori, Las secretarias (1968), de Lazaga, La vil seducción (1968), de Forqué, Los que tocan el piano (1968) y Una vez al año, ser hippie no hace daño (1968), ambas de Javier Aguirre, Carola de día, Carola de noche (1969), de Jaime de Armiñán, o Verano 70 (1969), de nuevo para Lazaga.

Con Antonio Ozores en Venta por pisos (1972).
Inició la siguiente década considerado ya como un auténtico valor seguro dentro la denostada “comedia a la española”, aumentando la filmografía de Sazatornil gracias a un volumen considerable de títulos en los que intervenía casi siempre en cometidos de reparto, pero la mayoría de ellos son considerados hoy día auténticos bodrios de la cinematografía patria, casi siempre protagonizados por alguna célebre estrella dentro del género, como Tony Leblanc, al que secundó en El astronauta (1970), de Aguirre, Gracita Morales, con la que acometió un rol casi protagónico en la más plausible comedia Cómo casarse en siete días (1971), precisamente por estar dirigida por Fernando Fernán Gómez, Concha Velasco en Venta por pisos (1972), de Mariano Ozores, Lina Morgan en Una monja y un Don Juan (1973) y La llamaban La Madrina (1973), ambas también de Ozores. Pero sobre todos, destacaron sus cometidos en las cintas protagonizadas por el cantante, también catalán, Peret, al que acompañó en prácticamente todos sus desafortunados vehículos musicales: Amor a todo gas (1969), de Ramón Torrado, El mesón del gitano (1970), de Antonio Román, o las comedias A mí las mujeres ni fu ni fa (1971) y Si Fulano fuese Mengano (1974), debidas también a Mariano Ozores, o ¡Qué cosas tiene el amor! (1973), de Germán Lorente.

El insólito embarazo de los Martínez (1974).

Logró desmarcarse del género en pocas ocasiones, siendo una de las más destacables su participación en el intento de cine negro llevado a cabo por José Luis Sáenz de Heredia en Los gallos de la madrugada (1971), pero a mediados de la década ya accedía con pleno derecho a ejercer de protagonista de otros deleznables títulos del género cómico gracias a El insólito embarazo de los Martínez (1974), de Javier Aguirre, y a la popularidad obtenida a nivel nacional debido al éxito de la serie Los maniáticos (1974), de Fernando García de la Vega, donde era la cabeza de una estrafalaria familia. Para Aguirre protagonizó de inmediato otra comedia al lado de Esperanza Roy, Ligeramente viudas (1975), y regresó al cine de Iquino para participar del despropósito de La zorrita en bikini (1976). Sin embargo, fue aquél el momento de demostrar que con un buen material en sus manos, "Saza" poseía el don especial para convertir esa caricatura estereotipada que tan buenos resultados le había venido dando, en una mordaz y satírica encarnación crítica de señores pequeñoburgueses, como puso de manifiesto en El love feroz o Cuando los hijos juegan al amor (1973) y Colorín, colorado (1976), las dos de José Luis García Sánchez, como padre de rancia moral desconcertado ante el despertar amoroso de sus rebeldes y librepensantes hijos, y cuya máxima expresión la vimos en La escopeta nacional (1977), de Berlanga, donde asumía el papel protagonista del empresario catalán Jaume Canivell que hace pasar a su secretaria y amante por esposa en la cacería que organiza.

Con Petra Martínez, Mary Carrillo, Fiorella Faltoyano, Teresa Rabal y Antonio Gamero en Colorín, colorado (1976).

Hiperbólicamente divertido y corrosivo, la actuación del intérprete ha pasado a los anales como una de las más perfectas y poderosas interpretaciones de la comedia española, gracias a la grandilocuencia de sus maneras y ademanes y a la vertiginosa oratoria que la caracteriza, rasgos que son ya marca de fábrica de la casa. Volvió a dejar constancia de su magnitud artística como marido cornudo de la Velasco en Cinco tenedores (1979), de nuevo a las órdenes de Fernán Gómez, para luego protagonizar un nuevo ciclo de despropósitos, con pérdida de categoría interpretativa incluida, secundando a estrellas tan poco consistentes como el cantante Manolo Escobar, en Alejandra, mon amour (1979), de Julio Saraceni, el showman Torrebruno, en Rocky Carambola (1981), de Aguirre, la ex Miss Universo Amparo Muñoz, en Si las mujeres mandaran (o mandasen), de José María Palacio, o el cómico Fernando Esteso, en El hijo del cura (1982), de Ozores.

Con Antonio Ferrandis en La escopeta nacional (1977).

Logró un pertinaz baño de prestigio al formar parte del abultado reparto de la estupenda La colmena (1982), de Mario Camus, que no logró alejarlo de la mala producción cómica del momento, donde siguió siendo un secundario habitual hasta ser reclamado por un joven Fernando Trueba, que le otorgó el tronchante papel de cura de pueblo armado con escopeta para azuzar a las palomas alojadas en su iglesia en la estupenda El año de las luces (1986). El rescate definitivo, a nivel artístico, se acabaría de producir con Espérame en el cielo (1988), de Antonio Mercero, gracias a la que José Sazatornil se permitía el lujo de llevar a cabo una actuación que rayaba en lo excepcional como ese Alberto Sinsoles, miembro del equipo de propaganda franquista encargado de instruir convenientemente al futuro doble de Franco. Desenvolviéndose a lo largo de toda su, por fortuna, casi protagónica intervención con entusiasmo fervoroso y siempre dentro de esa impertérrita rigidez militar que define eficazmente a su personaje, la actuación de ‘Saza’ no está exenta de un corrosivo sentido de la ironía, perfecto para alcanzar el tono adecuado de su rol dentro de una película que es, esencialmente, amable. Un soberbio trabajo que permitió obtener a este inigualable característico del cine español el reconocimiento que tan largo tiempo le había dado la espalda, materializado en la consecución de un merecidísimo Goya al mejor actor de reparto, que significaba además el primer premio importante logrado por José Sazatornil ‘Saza’ en su fecunda carrera cinematográfica.

Con José Soriano en Espérame en el cielo (1988).

Con la altanería acostumbrada en sus intervenciones humorísticas, el estupendo José Sazatornil volvió a merecerse figurar entre los finalistas al Goya justo un año después de haber triunfado por todo lo alto gracias a Amanece, que no es poco (1989), de José Luis Cuerda, donde el intérprete lidiaba con el personaje del guardia civil que trata de poner orden y concierto en el sinsentido generalizado de toda la puesta en escena del filme. Desplegando una maestría y solemnidad descomunales, Sazatornil se ganaba a pulso ser considerado uno de los grandes olvidados a los Goya de aquel año, sobre todo por el excelente ritmo aplicado a sus réplicas, lo que añade un significativo valor humorístico a todas sus intervenciones, que solo por su sola presencia brillan ya a gran altura. La inmediata ascensión de prestigio que se produjo hacia su persona a finales de los ochenta tuvo como respuesta el que el actor accediera a un nuevo protagonismo interpretativo, esta vez en la televisión, con la serie Todo un señor (1989).

Entre Fedra Lorente, Cassen y Gabino Diego en Amanece, que no es poco (1989).

En el cine, sin embargo, tuvo que verse relegado a seguir desempeñando papeles secundarios, eso sí, eficazmente defendidos siempre, en comedias que, directamente, no le merecían. Tal fue el caso de Don Juan, mi querido fantasma (1990), un patinazo de Mercero, o ¿Lo sabe el ministro? (1991), de Josep María Forn, lidiando en sorna catalana con una divertidísima Rosa María Sardà. Aunque mucho peor serían Tretas de mujer (1993), chusca e impresentable comedia de Rafael Monleón, producida por el inefable José Frade, o Pelotazo nacional (1993), su vuelta a la filmografía de un irreductible Ozores. Menos mal que aquél mismo año lo recuperaba Berlanga para hacerle interpretar al personaje central de esa locura coral que era Todos a la cárcel (1993), un título menor en la filmografía del ilustre director, aunque siempre superior, por lo tanto preferible, a los cuasi subproductos con los que la comedia de signo conservador y retrógrado nos asaetaba de tanto en tanto. Todos a la cárcel ganó aquella edición los Goya más importantes (película y director) y bien hubiera merecido también uno para Sazatornil, en calidad de protagonista, pues el intérprete está literalmente sublime acarreando con el desconcierto y la perplejidad que embargan a su personaje en esa descacharrante jornada de encierro en la cárcel. No llegó ni a ser nominado, aunque el Círculo de Escritores Cinematográficos de España le concedió la Medalla al mejor actor del año.

Todos a la cárcel (1993).

Inmediatamente después regresó a la chabacanería y al humor caduco de comedias del tipo de El cianuro... ¿sólo o con leche? (1994), de José Miguel Ganga, o Historias de la puta mili (1994), de Manuel Esteban, que volvían a condenarle a encarnar estereotipados personajes secundarios. A partir de la mitad de los noventa, Sazatornil comenzó a espaciar tenuamente sus intervenciones en la gran pantalla: le vimos en un corto papel en la comedia Adiós, tiburón (1996), de Carlos Suárez, vehículo de lucimiento para el cómico televisivo Josema Yuste, y en calidad ya casi de 'estrella invitada' en Mátame mucho (1997), desapercibida comedia negra, más meritoria de lo que cabría suponer, dirigida por José Ángel Bohollo. Y cuando ya no lo esperábamos, regresó en papel protagonista con Una pareja perfecta (1998), de Francesc Betriú, una de las cintas encargadas de inaugurar la primera edición del Festival de Málaga y con la que 'Saza' nos regalaba una entrañable y divertida actuación como un rico y viejo poeta, homosexual para más señas, que vive de las rentas. Un trabajo de significativa y otoñal inspiración, felizmente aprovechado por un Sazatornil que, de nuevo, volvía a erigirse en uno de los grandes olvidados al Goya.

Con Antonio Resines en Una pareja perfecta (1998).

El de Una pareja perfecta fue el último gran papel que el cine le ofreció a Sazatornil, que ya no regresó hasta intervenir brevemente en Hotel Danubio (2003), de Antonio Giménez Rico, uno de los pocos remakes que nuestro cine contemporáneo se ha atrevido a perpetrar de grandes clásicos (para la ocasión, la obra maestra del policiaco nacional Los peces rojos (1955), de José Antonio Nieves Conde); y, más tarde, le vimos compartiendo créditos con una de sus grandes partenaires de antaño, Esperanza Roy, ambos nostálgicamente recuperados por Víctor García León para casi interpretarse a sí mismos en la magnífica Vete de mí (2006). A partir de aquí, José Sazatornil se ha mantenido alejado de las cámaras y, de un tiempo a esta parte, le han comenzado a llover los homenajes y los premios honoríficos por todos los frentes. Dieron el pistoletazo de salida en la revista Fotogramas, que le entregó su Fotogramas de Plata de Honor del año 2009; después, el mismo Círculo le premiaría con su segunda Medalla, esta vez de Honor. Y ahora, la Unión de Actores. Son reconocimientos que sitúan la categoría del intérprete en el nivel de excelencia que merece, a pesar de tantos años de desaprovechamiento artístico en títulos, por lo general, muy por debajo de su extraordinario y magistral talento interpretativo, ese inherente a esos "actores de tripa" que tanto le gustaban al maestro Berlanga. 

Recogiendo el Fotogramas de Plata de manos de Amparo Soler Leal (2009).

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