miércoles, 15 de mayo de 2013

Mario Casas crece como actor en "La mula".


Probablemente, nuestra opinión sobre un filme como La mula distaría mucho de la que es tras su visionado si ésta hubiera llegado a las salas en la forma y en el fondo en los que la había concebido su autor original, el director británico Michael Radford. Cierto es que su toque, entre sentimental y academicista, se deja ver en buena parte del metraje, se intuye y se adivina en la concepción de algunas partes de la película, pero no en todas. Ahí radica el principal defecto de la película, en que los problemas y tensiones que provocaron la retirada del director diez días antes de concluir el rodaje de la película se hacen patentes en notorios y poco disimulados errores técnicos que salpican toda la puesta en escena de La mula. Son especialmente llamativos algunos fallos de raccord, discontinuidades espaciales desconcertantes y confusas, incómodos cambios en las texturas y la iluminación de unas cuantas imágenes, que por momentos, dan la impresión de pertenecer a películas distintas. En cierto modo es así, al menos pertenecen a directores distintos y el montaje final, debido a una experta en el campo como es Teresa Font (El día de la bestia, Días contados), acusa en exceso la parcheada concordancia entre el material original, rodado por Radford, y el añadido, atribuido a Sebastián Grousset.


Esto y un guión que estira sin demasiada inspiración una premisa argumental que más que trama debe llamarse MacGuffin, pues sólo hace las veces de pretexto para invitarnos a acompañar a ese joven acemilero jienense en pleno frente de batalla, más preocupado por el bienestar de su mula y por su romance sentimental, que por los olores a guerra y la batalla ideológica que dividía al país. De este modo, el guión, basado en la novela homónima de Juan Eslava Galán, desaprovecha escandalosamente las infinitas posibilidades que la historia le ofrecía de efectuar un certero y desmitificador retrato de la Guerra Civil española, y que al no profundizar en las diversas situaciones que nos plantea, ni tan siquiera hace un mínimo esfuerzo en ahondar en las voluntades y los ánimos de los diversos personajes que jalonan el metraje, da de sí un nada hiriente paseo por la contienda. Todo está en La mula cogido como con pinzas y falto de verdadero interés cinematográfico, pues resulta demasiado evidente la escasa voluntad autoral de sus imágenes, que no emocionan ni conmueven y simplemente se suceden dejándonos imperturbables en nuestras butacas.


Y, sin embargo, a pesar de todo ello, La mula no es una mala película. Pues sobre tanta adversidad, siempre prevalecen las múltiples virtudes de un filme que resulta loable y valiente. Loable por lograr mantener intacta la atmósfera algo naif que impregnaba ya el original literario y porque esté toda la puesta en escena de la cinta salpicada de un aura verdaderamente entrañable y candoroso. Planteada bajo los estilemas de la comedia romántica tradicional, La mula logra traspasar los tópicos y pervivir como una simpática, que no divertida, mirada a una trágica contienda fratricida, alejándose desde su mismo arranque de la, tan socorrida por nuestro cine, actitud panfletaria y apologética. Sin siquiera tener la intención de llegar al despiece satírico de Berlanga y Azcona en La vaquilla (1985), La mula obtiene buenos resultados en la materia al ironizar desde una base oportunamente ternurista sobre los leit-motivs de la barbarie bélica, lo que la convierte en una película en cierto modo valiente. También porque, por primera vez en mucho tiempo en una cinta española, se afronta la Guerra Civil desde dentro de las mismas trincheras, donde los bombardeos y las balas perdidas son el pan de cada día, siendo estos momentos los más certeramente conseguidos de toda la película, gracias a la intensidad y a la verosimilitud que contienen las imágenes, a lo que ayuda definitivamente la renuncia del film a utilizar un escenario ranciamente recreado.


Esta apuesta por la utilización de localizaciones realistas dota a la película de la garra y el empuje del que carece el libreto que la sustenta, algo que también sucede en el campo interpretativo, donde es el trabajo actoral el que otorga sustancia y entidad a unos personajes demasiado lineales, en apariencia superficialmente bosquejados. El gran pilar sobre el que se sostiene toda la película es, de lejos, la labor de su protagonista, un Mario Casas absolutamente empático y convincente en la piel de ese descreído e inocente cabo que supone el mejor empeño interpretativo del actor hasta la fecha. Su acemilero se nos presenta imprevistamente matizado siempre, incluso allí donde hubiera sido fácil salir airoso tirando de tics y viciados hábitos interpretativos, Casas responde con notable entereza y no poco encanto. A su lado, María Valverde, pizpireta, juguetona, ilumina la pantalla, irradia frescura, pero no logra solventar el que su personaje no sea más que un mero elemento decorativo en la función. Es, por el contrario, Secun de la Rosa el otro intérprete que ha de recibir más parabienes, tirando de su contrastado buen hacer en cometidos similares se impone pronto como el elemento cómico del relato, evolucionando con entusiasta soltura y campechanía. Tanto ellos como el resto de un aplicado y correcto reparto, donde se hace obligado destacar el concurso de Pepa Rus, Luis Callejo, Jesús Carroza, Eduardo Velasco y Maite Sandoval, todos con ejemplares acentos, elevan al final la inconexa y ensimismada ligereza corrosiva del conjunto consiguiendo que merezca la pena detenerse a contemplar La mula.


Puntos fuertes a los Goya 2014:
- Mejor Actor: Mario Casas.
- Mejor Actor Secundario: Secun de la Rosa.
- Mejor Dirección Artística: Jonathan McKinstry.
- Mejor Diseño de Vestuario: Nereida Bonmatí.
- Mejor Sonido: Licio Marcos de Oliveira y Jordi Rossinyol Colomer.
- Mejores Efectos Especiales: Reyes Abades.

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