miércoles, 7 de marzo de 2012

Reese Witherspoon: todo por la pasta


Este fin de semana llega a nuestras honorables pantallas otra oda al masoquismo cinéfilo desde la misma fábrica de sueños, Hollywood. ¿O deberíamos decir pesadillas? Hablo de Esto es la guerra (This Means War), de McG, director al que 'avala' el crédito de haber perpetrado Los ángeles de Charlie (2000) y Los ángeles de Charlie: Al límite (2003) o cómo 'reactivar' carreras de tías buenas haciendo que no paren de dar mamporros a diestro y siniestro. Creo que, en este sentido, McG debería tomar ejemplo de Quentin Tarantino y su Kill Bill como encumbramiento a una estrella, en este caso Uma Thurman. En fin, vamos a lo que vamos. Esto es la guerra ha sido definida ya como 'la peor película de la historia'. Lo cierto es que no es esto lo que nos interesa, sino que la protagonice nada más y nada menos que otra ganadora del Oscar venida a menos (mucho menos): Reese Witherspoon. No sé si será la peor película de la historia, lo que sí sé es que sólo con ver el tráiler a uno ya le dan ganas de vomitar. No exagero, atentos:



Para los que no se hayan enterado, la cosa va de dos agentes secretos (Chris Pine y Tom Hardy, ambos muy guapos, muy apuestos, muy sexys) que se enamoran de la misma chica (Witherspoon) y emprenden una lucha a muerte entre sí para conseguirla. Hay que añadir que los dos machos son amigos desde la infancia y que la rubia hace tambalear tan fraternal relación con sólo un movimiento de su melena. La profundidad psicológica en el dibujo de los personajes creo que brilla por su ausencia. ¡Qué originalidad! No sé si estamos ante una comedia de acción o ante una de acción con toques de comedia. Más bien parece una estupidez como un castillo de grande salpicada de ruido y mamporros sin justificación alguna de por medio. Vamos, lo mismo de siempre tratándose de un producto manufacturado en algún gran despacho de alguna gran oficina de algún gran edificio de Hollywood, donde sólo se evalúa la cantidad de dólares a invertir y los beneficios extra que se van a recibir. De ahi, lo del trío de actores cañón, digo yo.

Lo que me mosquea de este asunto no es que Reese Witherspoon sea la protagonista, sino que la protagonista tenga en su haber un Oscar. ¡Claro! No sé de qué me asombro cuando el caso de esta chica es demasiado común. Nunca me ha gustado especialmente Witherspoon. Nunca he encajado con su estilo. La chica es mona, sí. No es especialmente mala actriz, tampoco es buena del todo. Más bien es resultona. Y, dependiendo del tipo de papel, puede resultar incluso simpática. Estaba muy simpática en el papel que la lanzó a la fama: Election (1999), de Alexander Payne, donde demostraba una vis cómica bastante aceptable que confirmaba que la chica inocente, la nueva Lolita que Hollywood había encontrado a mediados de los noventa en cintas de escasa trascendencia e interés como Pasión obsesiva (Fear), de James Foley, o Crueles intenciones (Cruel Intentions), de Roger Kumble, podía dar cierto juego y carisma a un género en estado comatoso prácticamente desde los ochenta. Sin embargo, la Witherspoon demostró pronto ser más lista que el hambre al protagonizar con no poco entusiasmo Una rubia muy legal (Legally Blonde) (2001), de Robert Luketic. Se apuntó su segunda candidatura al Globo de Oro en la categoría de comedia (la primera la recibió por Election) gracias a la soltura, la chispa y el poco sentido del ridículo con el que acometió su trabajo. El terrible éxito comercial de la cinta fue, sin lugar a dudas, su perdición (a nivel artístico).

Una rubia muy legal (2000).
El color del dinero ciega. Y a la Witherspoon algo de esto tuvo que pasarla. Eso o que, de la noche a la mañana, y todo debido al éxito de Una rubia muy legal todos la llamaran 'La Novia de América'. Su caché aumentó considerablemente. De cobrar 2,500.000 dólares por Una rubia muy legal pasó a embolsarse cerca de los 13 millones en su siguiente película, la insustancial comedia romántica Sweet Home Alabama, de Andy Tennant. Y, ni corta ni perezosa, la rubia Witherspoon dejó a las claras que no tenía ni un pelo de tonta, se lanzó a la producción y se llevó 15 millones por la secuela de su blockbuster particular: Una rubia muy legal 2 (Legally Blonde 2: Red, White and Blonde), ahora ya sí que sí un producto orquestado para su único y exclusivo lucimiento como estrella y con mayúsculas dirigido (por decir algo) por Charles Herman-Wurmfeld.

El horrible triunfo en taquilla de esta secuela la convirtió de la noche en la mañana en la actriz mejor pagada del Hollywood del momento quien veía en ella a su nueva gallina de los huevos de oro. Por ello, se la permitió, a pesar de una trayectoria tan corta y con tan sólo un par de éxitos en su haber, seguir manteniendo los 15 de millones de sueldo por película. Le prepararon un baño de prestigio al darle el protagonismo de la adaptación al cine de La feria de las vanidades (Vanity Fair) de Thackeray y Hollywood puso toda la carne en el asador para que la empresa llegara a buen puerto en una superproducción de época, con presencia de secundarios de auténtico lujo (Bob Hoskins, Gabriel Byrne, Eileen Atkins, Jim Broadbent) y la mano de una directora independiente detrás de la cámara, Mira Nair. Sin embargo y, a pesar de su voluntariosa interpretación, el papel de Becky Sharp en manos de Witherspoon carecía de profundidad psicológica y se quedaba en otro estereotipo más que sumar a la galería de personajes que la estrella había venido incorporando para la gran pantalla. A Hollywood, el fracaso de su estrella en historias de gran alcance pareció no importarle: la siguieron pagando lo mismo para que siguiera haciendo lo mismo, como la comedia sentimental Ojalá fuera cierto (Just Like Heaven), de Mark Waters. Sin embargo, la emparejaron con el Johnny Cash de Joaquin Phoenix para En la cuerda floja (Walk the Line) (2005), de James Mangold, y su encarnación de June Carter le otorgó un inesperado Oscar a la mejor actriz principal. Un Oscar a todas luces inmerecido primero por el reducido tiempo en pantalla del que disfruta la actriz y, segundo, porque a pesar de que su trabajo es certero y concienzudo, también resulta ser una interpretación demasiado plana, quizás demasiado facilona. Sí, Witherspoon desprende encanto e irradia no poca empatía, pero bajo el disfraz de June Carter seguimos viendo a la rubia muy legal tan querida por América.

En la cuerda floja (2005).

El desproporcionado éxito de su interpretación, a todas luces sobrevalorada y excesivamente premiada (aparte del Oscar, ganó también el Globo de Oro en comedia, el BAFTA, el Satellite y el SAG, así como incontables premios de la crítica USA), confirmó que la industria no sólo la necesitaba como estandarte de un nuevo star system a todas luces ya inviable, sino que estaban dispuestos a mimarla hasta el hartazgo con tal de que su 'nuevo producto' funcionase siempre perfectamente engrasado. No obstante y, para regocijo de todos los que nunca nos tragamos que estuviéramos ante la gran actriz que nos vendían, la carrera de Reese Witherspoon se desinfló poco tiempo después de la obtención de la estatuilla dorada. Y con ella, también su estela. Supongo que ni Hollywood ni ella misma sabían muy bien dónde colocar tremendo artefacto manufacturado y los títulos posteriores al Oscar, resultaron absolutamente incompetentes y de escaso calado artístico. La estrella que había saltado a la fama gracias a una comedia intrascendente y con poca chicha no podía permitirse arriesgar su salario participando en producciones más ambiciosas desde un punto de vista artístico. No. Witherspoon se encasilló en productos absurdos y de poca exigencia interpretativa con el único fin de asegurarse su puesto de honor como reina de la taquilla. Así, cosechó un enorme éxito con la comedia absurda Como en casa en ningún sitio (Four Christmases), de Seth Gordon, para recibir el varapalo definitivo por parte de una crítica muy poco condescendiente con una ganadora de un Oscar muy poco interesada en demostrar cierta categoría interpretativa.

Con el actor de moda Robert Pattinson en Agua para elefantes (2011). Una pareja ¿ridícula?
La consecuencia fueron varios años de alejamiento ante las cámaras, poniendo únicamente su voz a una película de animación. Podíamos haber pensado que se estaba replanteando su carrera y que cuando volviera trataría de hacerlo por otra vía diferente. Pero no. Cuando lo hizo, Witherspoon volvió a reincidir en el tipo de cine palomitero y sin sustancia que tan pingües beneficios le había venido reportando. La crítica, definitivamente, le dio la espalda. No así la taquilla. Razón por la que, a pesar de solamente estrenar un título al año, la actriz sigue cobrando una cantidad estratosférica y desorbitada si nos atenemos a la poca sustancia que nos brinda con sus interpretaciones. Cierto que sus últimos papeles carecen de exigencia, pero tampoco la Witherspoon hace por sacarlos del plano bidimensional en el que los confeccionan los guionistas. Nada. Ni una mínima intención por aparentar, ni siquiera por resultar creíble. Cada nuevo trabajo de la actriz es un vanaglorio tributo a ella misma. No he visto tanto ego en una estrella en mi vida y, ciertamente, mosquea. Ya sabemos que Reese Witherspoon, si se lo propone, puede proporcionarnos no una interpretación sublime, pero al menos sí un trabajo plausible y correcto. El problema es que la chica no se lo propone. Supone mucho menos esfuerzo limitarse a hacer caja. Y Hollywood encantado, ¡claro! Hollywood puede, nosotros no. La actriz, para ser rubia, es poco tonta, repito, de ahí que aunque haya rebajado en 3 millones su caché se haya apuntado a una tontería del tipo Esto es la guerra, porque el éxito descerebrado de esta cinta en taquilla la mantendrá (seguro) en la lista de las actrices más rentables de la industria. No, Witherspoon no es tonta. Pero nosotros tampoco. Pido desde ya que la Academia le retire el Oscar que tan ingratamente posee. ¿O es que el Oscar premia al dinero y no al arte?


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