martes, 6 de marzo de 2012

Michelle Williams se hace mito


Tras ver Mi semana con Marilyn (My Week with Marilyn), de Simon Curtis, tengo la ligera impresión de no saber muy bien en qué mundo he vivido todos estos años. Me explico. Todos conocemos a Marilyn Monroe, todos sabemos reconocer sus labios, sus ojos, su famoso lunar, sus curvas, su melena rubia... Hemos visto su rostro en infinidad de sitios. Incluso algunos de ellos inimaginables incluso para los que la conocieron en vida y, sobre todo, incluso para ella misma. Porque cuando hablamos de Marilyn Monroe no hablamos de una actriz cualquiera. No. Hablamos de un mito. Probablemente el mayor mito nacido en el cine. No ha habido y, probablemente, no habrá otra estrella cuya estela sobreviva tan fervorosamente al paso del tiempo. Hablar de Marilyn Monroe también es hablar de mitos, muchos mitos, empezando por todos los que rodearon su vida pública y, por supuesto, su vida privada. Bien, pues tras el visionado de Mi semana con Marilyn no acierto a distinguir dónde termina la actriz y dónde empieza el mito. Ése quizás sea el mayor mérito de Michelle Williams en su trabajo interpretativo: el no desmitificar, pero tampoco terrenalizar a la mujer más famosa del mundo.


El trabajo de Williams va por otro lado. Consciente del reto, la joven actriz echa mano de la técnica para ser absolutamente fiel en el aspecto externo al personaje. ¿Cómo si no íbamos a creernos que es Marilyn Monroe? Y triunfa donde otras actrices antes que ella fracasaron. Porque todas 'imitaban' al mito mientras Williams lo recrea, lo exhibe y lo luce como una segunda piel perfectamente encajada en su cuerpo diminuto. Cierto es que las labores del equipo de maquillaje ayudan, pero ni con todo esto nos hubiéramos creído que veíamos a la Monroe si no existiera ese trabajo de aprehensión gestual, tan vivo, tan auténtico, por parte de Michelle Williams. Es fácil imitar a alguien cuyos gestos son más famosos que sus películas. Lo que no es tan fácil es conseguir que cada gesto, cada mirada, cada sonrisa de ese alguien se adhiera a tu modus operandi y resulte absolutamente innato, espontáneo. He ahí que, cuando Curtis nos obliga a ver al mito en la intimidad (y a pesar de los mitos) a uno le embargue la sensación de que realmente está observando a Marilyn Monroe.


No sólo en los gestos, la voz de Michelle Williams parece la de Monroe e, incluso, llega a desprender ante la cámara el mismo brillo, la misma luz, ese aura que convirtió a Marilyn Monroe en mito. Y no, no hay ganas en el cuerpo de Michelle Williams de hacer de su personaje alguien de carne y hueso. Y yo, personalmente, se lo agradezco. No habría soportado tremenda osadía porque no hablamos de un ser común, hablamos de un mito. De ahí, que terminada la película, uno siga manteniendo las mismas inquietudes acerca del mito que tenía antes de verla. No hay en el trabajo de Williams intención alguna de entender (y hacernos entender) los monstruos, traumas y pormenores que sacudían el espíritu interior de Marilyn Monroe. Una postura a todas luces inteligente ya que resulta absolutamente innecesario y hubiera denotado por su parte no poca pedantería. El retrato de Williams se adscribe al del mito, no al de la mujer. Por ello, sin ser la bomba sexual que fue Marilyn, Michelle logra aparecer en pantalla absolutamente arrebatadora, poderosamente sexy porque el mito pasaba por ser el objeto de deseo de medio mundo. Y Williams, en la piel de Marilyn Monroe, se lo cree.



Y el mayor mérito de todos es que nosotros nos la creemos. Al menos yo. Sabía que no estaba ante Marilyn Monroe, lo sabía. Pero, aún así, me he dejado embaucar por el talento de Michelle Williams y, por momentos, muchos momentos, prácticamente todo el metraje, me he sentido perplejo ante el mito. Un logro soberbio, ¡qué duda cabe!, para esta intérprete de apenas 31 años, que se ha erigido ya en la cabeza visible de la generación de actrices a la que pertenece, muchas de las cuales aún andan perdidas buscando su lugar en el sol a expensas de lo que dictamine la industria sobre sus carreras. Michelle Williams tiene el toro cogido por los cuernos. Tiene todo su futuro en sus manos. Y Hollywood lo sabe, por eso la dejan que siga investigando por derroteros nada trillados, metiéndose en la piel de personajes difíciles y apechugando con retos de este calibre. Y la premian. Con Mi semana con Marilyn ha logrado su tercera nominación al Oscar, amén de su primer Globo de Oro como mejor actriz en comedia o musical y el Independent Spirit Award, así como premios en diversos gremios de la crítica USA y nominaciones al SAG, al BAFTA y al Satellite. Lo más seguro es que Michelle Williams nunca ocupará un lugar tan alto en el firmamento de estrellas como el que ocupa Marilyn Monroe, pero de lo que no me cabe la menor duda es que hemos asistido al nacimiento de una de las más importantes actrices americanas de las próximas décadas. Y pensar que compartió inicios con Katie Holmes... 


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