lunes, 20 de mayo de 2013

"El cosmonauta": un Terrence Malick descafeinado.


Después de la tremenda campaña promocional habida en Internet, que conforme se fue acercando la fecha de su estreno también se contagió a otros medios de comunicación, el visionado de El cosmonauta, debut en la dirección de largometrajes de Nicolás Alcalá, resulta decepcionante en demasía. Sobre todo, por las enormes expectativas suscitadas por un tráiler promocional sumamente atmosférico y evocador, realmente bello, que, no obstante, también planteaba serias e intrigantes cuestiones sobre la trama de una película que, por primera vez dentro de nuestra cinematografía, se aventuraba a abordar un tema tan alejado de nosotros como es la carrera espacial establecida a finales de los años sesenta del siglo pasado entre las dos superpotencias mundiales del momento: Estados Unidos y la Unión Soviética.


El cosmonauta toma partido por los segundones europeos, sobre todo teniendo en cuenta que la meta, entonces, era pisar la Luna y, desde una perspectiva que poco o nada tiene que ver con el tono heroico y elegíaco con el que se ha frecuentado el tema desde las cinematografías foráneas (principalmente la estadounidense), Alcalá trata de rendir homenaje a todos aquéllos pioneros que de su particular aventura espacial jamás regresaron. El punto de partida, como decíamos, resulta harto sugestivo pero la película no está a la altura de las expectativas, ni siquiera aún cuando éstas no hubieran sido tan altas como en esencia lo han sido. Principalmente porque la premisa argumental de El cosmonauta nunca, jamás, obtiene en su plasmación cinematográfica un desarrollo suficientemente profundo y estirado, obligándonos a hablar de una película sin trama, en la que el tema inicial pervive como una sinopsis sugerente, sí, pero a todas luces insuficiente como para justificar casi hora y media de metraje.


De este modo, el transcurrir de El cosmonauta por la pantalla deviene en un viaje absolutamente falto de intriga y suspense, donde ni siquiera existe la remota intención por parte de su creador de sacar partido de la, por otro lado excelente, idea argumental sobre ese retorno del piloto espacial protagonista a una Tierra vacía, donde la vida humana ya no existe. De este modo, las posibilidades de presenciar una atípica y atractiva cinta española de Ciencia Ficción se desvanecen debido a la nulidad argumental del guión que sustenta El cosmonauta. En su lugar, Nicolás Alcalá ha construido un filme que se apoya única y ortodoxamente en un andamiaje esencialmente visual y sonoro, tan evocador y atmosférico como se nos prometía desde las imágenes de su tráiler promocional, pero falto de la garra necesaria como para traspasar la pantalla, tocar la fibra sensible del respetable y hacerse un hueco en su exigente memoria cinéfila.


Por ello importa poco que los bellos y radiantes encuadres de Alcalá evidencien un sentido visual muy a tener en cuenta en su revelado director; como tampoco el que nos sintamos cómodamente extasiados ante la espléndida y cálida frialdad de la fotografía, de un marcado cariz nostálgico y retro, debida a Luis Enrique Carrión; o que el marco sonoro de la cinta retroalimente las imágenes, jugando con ellas en un embelesante baile en donde, por un lado, cobra importancia la banda de sonido extradiegético tratando de dotar de cierto significado filosófico a la imagen, mientras la música compuesta por Joan Valent intenta apelar a la emoción gracias a una banda sonora hermosa pero en exceso altisonante, con reminiscencias poco disimuladas a la magnífica partitura creada por Michael Nyman para Gattaca (1997), de Andrew Niccol, cinta con la que ésta guarda no pocos aspectos formales en común.


El cosmonauta, en su anárquica estructura narrativa no lineal, revela la incapacidad de su autor por dotar de verdadero sentido cinematográfico una propuesta inequívocamente cercana a los estilemas propios del cine de Terrence Malick, pues ni siquiera logra imprimir a sus preciosistas imágenes la necesaria carga de hondura como para erigirlas en portavoces de un claro discurso metafísico quedándose las pretensiones existencialistas y trascendentalistas de El cosmonauta lamentablemente muy cortas en comparación con tremenda referencia conceptual, pudiéndose tacharlas de meras ideas insinuadas, bocetos poco trabajados escritos en una servilleta para cualquier película de Malick. En esas, la película de Nicolás Alcalá termina siendo todo lo contrario a lo que creíamos que sería: un displicente, laxo y yermo viaje espacial en una nave deleitosamente decorada, jugosamente vendido por la compañía como una experiencia apasionante e irrepetible. Lo que constata que, ilusos de nosotros, hemos vuelto a ser pasto de una publicidad engañosa.


Puntos fuertes a los Goya 2014*:
- Mejor Música Original: Joan Valent.
- Mejor Dirección de Fotografía: Luis Enrique Carrión.
- Mejor Montaje: Carlos Serrano Azcona.
- Mejor Sonido: Rubén Durán, Jose Luis Lara Romero y David Rodríguez.
- Mejores Efectos Especiales: Javier Cebrián.

*Siempre que su peculiar modo de exhibición no incumpla las bases para ser seleccionada.