martes, 30 de abril de 2013

Juanjo Puigcorbé: otra estrella denigrada.


Uno de los signos claves que nos indica que algo, irremediablemente, para bien o para mal, ha cambiado en la industria del cine español es la práctica desaparición de las cabezas de cartel de nuestras películas de aquéllos que, no hace mucho, disfrutaban de todos los honores. Está claro que el tiempo pasa y las modas todavía más, que el público mayoritario que ahora llena las salas todavía se movía a gatas en los noventa del pasado siglo XX. Todos tenemos claro que este público, eminentemente joven, hace tiempo que viene demandando un estrellato cinematográfico equivalente al televisivo, imponiendo a sus ídolos de la pequeña pantalla ante una industria del cine que, agobiada por los malos resultados, pasa por el aro de la oportunidad. Como el cine español también es un negocio, esta transformación vivida en los últimos años la hemos valorado como un paso de supervivencia. Sin embargo, como en España somos así, hemos relegado casi por completo de nuestras producciones a aquéllos otros intérpretes, más veteranos y experimentados, con un público cinematográfico verdaderamente estable y fiel, sometiéndolos a vagabundear por proyectos que en modo alguno les merecen o están a la altura de la categoría interpretativa y estelar que habían ocupado antaño. Un ejemplo claro es el caso de Juanjo Puigcorbé, veterano y versatil intérprete de teatro, cine y televisión que tras disfrutar de no poco privilegio en el cine español, sobre todo en los noventa, ha perdido paulatinamente peso dentro del star system patrio, acabando con sus huesos en productos infames, que quedan a años luz de la producción de primera fila del cine español actual.


Revelado por todo lo alto gracias a aquél hito generacional que significó L'orgia (La orgía) (1978), de Francesc Bellmunt, punto de inicio de otras tantas trayectorias interpretativas de importancia, Puigcorbé se hizo pronto un hueco dentro del marco televisivo autonómico, participando desde finales de los setenta y hasta mediados de los ochenta en nuevas y localistas películas catalanas hasta intervenir en la producción de TVE Proceso a María Pineda (1984), al servicio de una madura Pepa Flores, que le reportó al joven y apuesto Puigcorbé no poca notoriedad de alcance nacional, a lo que contribuyó su inclusión en los repartos de algunas de las películas de producción generalista, como fueron La noche más hermosa (1984), de Manuel Guitérrez Aragón, La vaquilla (1985), de Luis García Berlanga, o Mi general, de Jaime de Armiñán. Pequeños pero seguros pasos para una consolidación definitiva en la industria del cine español, que acabaría produciéndose con el advenimiento de la nueva década, cuando le llegó el protagonismo disparatado de la comedia Salsa rosa (1991), de Manuel Gómez Pereira, especie de híbrido entre la comedia madrileña tan en boga en los ochenta y la sofisticación de la alta comedia de Hollywood, éxito de taquilla en su momento que se encuentra a día de hoy lamentablemente muy envejecida y acartonada, pero que ofrece la desenvoltura y el oficio de un Puigcorbé que se afianzaba en el género también con su participación en la endeble Cómo ser mujer y no morir en el intento (1991), debut en la dirección de la actriz y cantante Ana Belén.


La categoría estelar que disfrutó Puigcorbé a lo largo de toda la década de los 90 se la debe, principalmente, a su instantánea capacidad para conectar su vis cómica, sofisticada unas veces, ramplona otras, con una audiencia masiva, mérito algo mayor si tenemos en cuenta la inabarcable sorna catalana que tan gustosamente ejecutaba. Así, Juanjo Puigcorbé se convirtió pronto en una de las primeras figuras del género en España, encabezando proyectos importantes a lo largo de la práctica totalidad de la década, algunos de sonado éxito crítico-comercial, como Rosa rosae (1992), de Fernando Colomo, Todos los hombres sois iguales (1994), de nuevo con Gómez Pereira, Gran Slalom (1995), de Jaime Chávarri, o la fundamental El amor perjudica seriamente la salud (1996), también de Gómez Pereira, quintaesencia del despliegue cómico y romántico de un Juanjo Puigcorbé literalmente en su salsa. Sin embargo, no todo el prestigio adquirido por el actor en la industria estaba ligado a su buen hacer en el campo de la comedia. Con mucha valentía y riesgo, Puigcorbé se empeñó pronto en abarcar todo tipo de géneros y registros también en el cine. Por ello, y aunque predominasen en su filmografía los títulos libremente cómicos, no debe extrañarnos el importante éxito personal, saludado desde todos los frentes de la crítica, que supuso su protagonismo en el estupendo thriller Mi hermano del alma (1994), debut en la dirección de Mariano Barroso, estando extraordinario también en la intriga posterior llamada Mirada líquida (1996), de Rafael Moleón, e incluso en el denostado psycho killer Al límite (1997), de Eduardo Campoy.


Tras un nuevo y promocionado protagonismo en la comedia Novios (1999), de Joaquín Oristrell, la estela de Puigcorbé parecía comenzar a mostrar ciertos signos de desidia y languidez con el cambio de siglo. Los tiempos comenzaban a cambiar y los grandes directores encargados de la producción de primera fila comenzaban a errar en sus productos. La producción de clase A correspondía ahora a los nuevos valores llegados del campo del cortometraje y ninguno de ellos parecía estar muy interesado en proporcionarle a Puigcorbé una continuidad laboral en el cine equiparable a la disfrutada por el actor en la década precedente. Por ello, su excelente y descomunal protagonismo en el drama Besos de gato (2003), de Rafael Alcázar, fue saludado con enorme entusiasmo. Pero la cinta, estrenada en pleno cambio de estrategias mercantiles en la industria del cine español, pasó desapercibida por las salas, evidenciando de cara al negocio la pobre rentabilidad que ofrecía a estas alturas un producto con Juanjo Puigcorbé, para muchos una estrella de otra época. Y aquí comienza la debacle de la trayectoria cinematográfica del actor que no logró frenar ni siquiera el estupendo papel secundario llevado a cabo en la hilarante comedia Inconscientes (2004), de nuevo con Oristrell, y que nos hizo albergar no pocas esperanzas de verle (¡por fin!) nominado a unos Premios Goya a los que, sorprendentemente, nunca ha sido candidato.


Se produce así su primer encuentro con el director Antonio del Real, prestándose a un chapucero y subdesarrollado ejercicio de comedia llamado Trileros (2004), donde sólo tiene cabida la lastimera sensación que nos reporta el ver a tanto buen intérprete vendiendo tan barato su talento. Desde entonces, hace diez años ya, Puigcorbé ha sido asiduo en la ficciones televisivas, regresando al cine tan solo de manera puntual y evidenciando una inexplicable predilección por el cine caduco y fullero de Antonio del Real, con el que repitió en la pomposa y hueca La conjura del Escorial (2008), no costándole mucho ser de lo mejorcito de la función, y en la impresentable comedia Ni pies ni cabeza (2012). A las que hay que sumar papeles de colaboración, casi como de estrella (o vieja gloria) invitada en la coral Rivales (2008), de Fernando Colomo, y en la atípica, desconocida, hasta cierto punto polémica, pero finalmente insulsa y banal El discípulo (2010), de Emilio Ruiz Barrachina, director encargado de devolvernos al intérprete a la actualidad cinematográfica gracias a su nuevo trabajo en conjunto, la decepcionante y farragosa La venta del paraíso, con un Puigcorbé travestido aportando algo de calor a una película soporífera.


Lamentable resulta, pues, que quien disfrutara de un justificado privilegio en nuestra industria se vea denigrado a desempeñar cometidos tan insustanciales en su actual carrera cinematográfica, si es que aún puede hablarse en tales términos de la labor de Puigcorbé para la gran pantalla. Diana de muchas y destructivas críticas debido a su mal recibida interpretación del (intocable) Rey Juan Carlos I en la teleserie Felipe y Letizia (2010), de Oristrell, la figura de Juanjo Puigcorbé no merece, ni por asomo, el ostracismo interpretativo al que le tiene sometida la industria del cine español, porque con ello sólo hemos conseguido desterrar de nuestras pantallas un eficaz y muy disfrutable valor seguro en géneros tan en boga en nuestra producción como la comedia y el thriller y en los que ninguno de los nuevos "galanes" procedentes de la televisión han logrado llegarle ni tan siquiera a la altura de los talones. Esperemos que los directores de la nueva hornada, esos que ahora dominan el negocio y están en el oportuno punto de mira de productores, distribuidores y exhibidores cinematográficos, y demás órganos de control industrial, apuesten pronto por recuperar la experiencia y la solvencia de uno de los más destacados intérpretes del cine español de los noventa.


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