jueves, 14 de marzo de 2013

Lolita, el Goliat de María Valverde.


Acaba de recibir un Fotogramas de Plata como premio a ser elegida la intérprete más buscada en la web de la mítica revista cinematográfica española y mañana aterriza en las salas con su protagonismo en la cinta A puerta fría (2012), de Xavi Puebla, un más que interesante drama sobre los tejemanejes laborales en una multinacional, que ha visto postergado su estreno comercial bastante tiempo desde que fuera presentada con indiscutible éxito en la pasada edición del Festival de Málaga, donde logró dos premios importantes (el de la Crítica y el correspondiente al Mejor Actor para el gran Antonio Dechent). Por ambos motivos, nos acercamos a la fulgurante trayectoria de una de las actrices jóvenes con una más que sugerente proyección de futuro no ya sólo dentro de nuestras fronteras. Habitual desde hace ya unos años en las obligadas listas de las "mejor vestidas" en las distintas alfombras rojas que ha pisado, la bella María Valverde no sólo ha salvado con notable fortuna el difícil tránsito de la adolescencia cinematográfica a la madurez interpretativa, sino que además ha sabido sacar partido a un físico que, en su profesión, cuenta (y mucho) para seguir sumando contratos de trabajo. La clase y la elegancia demostradas en sus múltiples apariciones públicas (premiers, ceremonias de premios, apariciones televisivas) contrastan con la juventud de la actriz, pero denotan que la Valverde viene con la lección bien aprendida: le han llovido contratos publicitarios y esto la ha mantenido siempre en las primeras posiciones en las agendas de los productores, hasta el punto de encontrarse a un paso de despegar también a nivel internacional.


Su acceso a la producción cinematográfica nacional no podía haber sido más arrollador. Con sólo 15 años desterraba la imagen clásica que todo buen cinéfilo poseía de la 'típica Lolita' en virtud a la naturalidad y a la fragilidad exhibidas sin pudor emocional alguno en la magnífica y finalmente desoladora La flaqueza del bolchevique (2003), de Manuel Martín Cuenca. Aquélla niña que empezaba a dejar de serlo y que materializaba sin saberlo los anhelos eróticos e inconfesables de todo varón no sólo encandiló a su compañero en el reparto, un enorme Luis Tosar, y con él a prácticamente todo espectador (hombre y mujer, aunque más especialmente los primeros) que tuviera el acierto de acercarse al cine, sino que también puso a sus pies a una industria fascinada y encantada por el nuevo y prometedor descubrimiento que tenía entre manos. El Goya a la mejor actriz revelación fue la punta del iceberg de un catálogo de premios que cayeron en sus manos: la Unión de Actores y el Círculo de Escritores Cinematográficos también la coronaron.


Sin embargo, en una industria tan proclive al encasillamiento como la nuestra, para una joven promesa como ella, enfrentarse a una más que incierta trayectoria fílmica suponía pasar por el aro y someterse a los designios fatalistas que 'otros' planeasen (productores, directores y guionistas maravillados por la perfección y delicadeza de sus rasgos). No es de extrañar, por tanto, que sus siguientes empeños planeasen sobre el aún firmemente asentado recuerdo de su magnífico debut. Así, María Valverde sumó títulos a su recién estrenada filmografía mientras repetía arquetipo de 'Lolita', ahora algo más descarada, en títulos como la estimulante Fuera del cuerpo (2004), de Vicente Peñarrocha, o la decepcionante Vorvik (2005), de José Antonio Vitoria, con incesto incluido (si no recuerdo mal). La imagen que el Cine Español quiso explotar de su feliz descubrimiento llegó a su punto álgido con el siguiente protagonismo de la actriz, la co-producción con Italia Melissa P. (2005), de Luca Guadagnino. Basada en el escandaloso diario de Melissa Panarello sobre sus cuitas eróticas durante la adolescencia, la cinta permitió hacer hincapié en el erotismo angelical que irradiaba la figura de la intérprete, explotando a través de ella la imagen de la tentación inabarcable por prohibida. La visible incomodidad de la actriz ante semejante material dio de sí una interpretación excesivamente lánguida y condenó las pretensiones de una industria que parecía estar más dispuesta a saciar sus ansias voyeuristas que a rentabilizar un más que patente talento interpretativo.


Con esa piel de porcelana, era la actriz idónea para vestirse las pieles de Lucrecia Borgia, y aunque sobre su personaje siguiera planeando la leyenda negra acerca de su relación incestuosa con uno de sus hermanos, la Valverde dio el tipo rodeada del artificioso diseño de producción de una cinta que, por desgracia, se quedó por debajo de las expectativas. Así, Los Borgia (2006), de Antonio Hernández, publicitada como una de las grandes superproducciones de aquella temporada se convirtió pronto en uno de los fiascos más significativos del último Cine Español y la actriz vio frustrada su primera oportunidad de acceder a la primera división en el panorama artístico nacional.

La sombra y el recuerdo de su debut cinematográfico acabaron de diluirse en la memoria colectiva y María Valverde tuvo que conformarse a partir de entonces con el 'triste' y 'desolador' cometido de "la chica de la película", joven guapa y a veces excitante compañera del también guapo y seductor protagonista de turno. De primeras estableció una química espléndida frente a Juan José Ballesta en la interesante Ladrones (2007), de Jaime Marqués, demostrando de paso que había adquirido solvencia dramática, aunque no se le permitiera salir del esquemático dibujo de su personaje (chica bien con irrefrenables ansias de rebeldía). Pero su autonomía e independencia dentro de la pantalla grande decreció en sus siguientes proyectos, actuando de mera comparsa femenina al lado de Leonardo Sbaraglia en el thriller El rey de la montaña (2007), de Gonzalo López Gallego, de cándida enamorada de Hugo Silva en el tedioso drama El hombre de arena (2007), de José Manuel González-Berbel, o de imposible esposa de Juan Diego Botto en la romántica La mujer del anarquista (2008), de Peter Sehr y Marie Noëlle.


En esas, María Valverde se estrenó en la producción internacional con la cinta irlandesa (aún inédita en nuestro país) Cracks (2009), debut en la dirección de la hija de Ridley Scott, Jordan Scott. Esta vuelta de tuerca al mito de la 'Lolita' que tanto juego le había dado a la actriz y que, en esta ocasión, servía para seducir a la profesora de un elitista colegio británico encarnada por la actriz Eva Green, fue recibida con todo tipo de elogios hacia su interpretación. A lo que tuvo que sumar el acceso definitivo a la Clase A de nuestra industria con el inesperado éxito de taquilla (8,6 millones de euros de recaudación) de su siguiente trabajo: la adaptación al cine de la popular novela para adolescentes de Federico Moccia, Tres metros sobre el cielo (2010), debida a Fernando González Molina. La actriz volvía a responder al arquetipo de "chica bien metida en líos por amor" al que parecía enclaustrada dentro de nuestra industria, pero esta vez su emparejamiento artístico con el ídolo de adolescentes Mario Casas funcionó de maravilla y la actriz llegó a gozar de una popularidad y una cobertura mediática instantánea y absolutamente inesperada. Erigida también ella gracias al éxito entre el público pubescente en un auténtico fenómeno de masas, no es de extrañar que, pese a quedar irremisiblemente encasillada, aceptase repetir papel protagonista en la esperada y, también taquillera, secuela Tengo ganas de ti (2012), también de González Molina. Pese a la escasa o nula calidad artística de ambas (y de las interpretaciones de la intérprete, correcta sí, pero lineal y sin despertar el más mínimo atisbo de brillantez), su existencia es de agradecer en lo que a fenómeno social conlleva y, mucho más importante, a lo que atañe a su poder de convocatoria, que deja abiertas las puertas a un tipo determinado de producción española 'a la norteamericana' destinada a un público eminentemente joven que sí podría ser una vía de escape hacia la escasez de afluencia de público a las salas para ver Cine Español. Y lo que también ha propiciado esta saga de películas es la consolidación de un cierto star-system compuesto, muy especialmente, por guapas y jóvenes caras procedentes del campo televisivo, donde María Valverde (con su escasa vinculación con la pequeña pantalla -sólo ha intervenido en una serie, La fuga, en 2012) supone una reconfortante excepción.


Reconfortante porque ha logrado desmarcarse de la secuencialidad banal que lidera las trayectorias de otras jóvenes compañeras de generación y ha sabido saltar de la comercialidad más estrepitosa al cine de autor más exigente, manteniendo un equilibrio admirable que le garantiza un puesto predilecto en la memoria de no sólo los coleccionistas de autógrafos sino también en la de los cinéfilos más aguerridos. Su protagonismo desarmado, sorprendente, natural y cautivador en la estupenda Madrid, 1987 (2011), de David Trueba, manteniendo un duelo interpretativo de altísimo nivel frente al todopoderoso José Sacristán, prueba que María Valverde está ya sobradamente preparada para afrontar un más que necesario salto hacia adelante en su trayectoria interpretativa. Precisa, desde este mismo momento, de personajes con verdadera entidad dramática, preferiblemente realistas, que la alejen definitivamente de esa imagen edulcorada e ingenua, impunemente machista, a la que la han sometido desde nuestra industria. Por lo que se ha podido desprender de las imágenes vistas de su más que inminente estreno, A puerta fría puede significar un moderado paso hacia ese necesitado cambio de registro. Por el contrario, pocas esperanzas nos hace albergar el anunciado estreno para el próximo mes de mayo de La mula, de Michael Radford, considerada desde hace mucho una más de las cintas malditas de la producción reciente. Después, la veremos en la co-producción con Venezuela Libertador, de Alberto Arvelo, prevista para este 2013, y en su debut norteamericano con el drama estadounidense Broken Horses, de Vidhu Vinod Chopra. Más pasos inciertos en la trayectoria de una actriz cuyo futuro no deja de resultar alentador.

0 comentarios: