martes, 19 de marzo de 2013

Juan Luis Galiardo (1940-2012), el galán desterrado



Con motivo del ciclo que la Filmoteca Española ofrece este mes de marzo a la desaparecida estrella de Juan Luis Galiardo, en actoresSinVergüenza nos unimos a tan merecido homenaje con un acercamiento, entre crítico y admirativo, a la trayectoria cinematográfica de tan distinguido intérprete, del que el Cine Doré ya ha proyectado títulos como El disputado voto del señor Cayo, Pepa Doncel o Familia, pero al que todavía podemos admirar desde sus inicios como actor, en la proyección de una serie de cortometrajes realizados a principios de los sesenta cuando todavía cursaba estudios en la EOC (Escuela Oficial de Cine) programada para el próximo sábado 23, hasta sus aplaudidos trabajos de madurez, por ejemplo con el pase el domingo 24 de El caballero Don Quijote.

Nacido en San Roque (Cádiz), un dos de marzo de 1940, tras pasar buena parte de su infancia en Badajoz, a donde se había trasladado su padre por motivos de trabajo, se instaló en Madrid para empezar estudios de Ingeniería Agrónoma que luego abandonó por los de Económicas y Derecho. Aficionado al atletismo, pronto se decantó por estudiar Interpretación en la Escuela Oficial de Cine, donde ingresó en 1961 y comenzó su trayectoria artística participando en los proyectos de algunos estudiantes de la rama de Dirección, debutando oficialmente gracias a los mediometrajes de algunos futuros directores del Cine Español, realizados como práctica de fin de carrera: La lágrima del diablo (1961), de Julio Diamante, Anabel (1964), de Pedro Olea, o Antonio (1965), de Carlos Serrano. Pronto dio el salto al largometraje, colándose en los repartos de producciones más ambiciosas, siempre con escuetas intervenciones, como el western Las tres espadas del Zorro (1963), de Ricardo Blasco, donde aparecía acreditado como Robert Dean, el insólito thriller del habitual director de comedias Ramón Fernández, Rueda de sospechosos (1964), o la tercera película del hasta entonces muy interesante Manuel Summers, la sentimental El juego de la oca (1964). Pero sería su primer valedor, Julio Diamante, quien le confiaría uno de sus primeros papeles con peso en su recién estrenada trayectoria fílmica, en su bienintencionado melodrama El arte de vivir (1965), aunque tuvo que seguir conformándose con papeles menores en toda suerte de títulos, entre los que cabe destacar, eso sí, una de las mejores muestras del cine negro español, Crimen de doble filo (1965), de José Luis Borau, como joven fotógrafo de la policía.

Como poseía un contundente y agraciado físico, Galiardo fue inmediatamente requerido por la entusiasta industria de género auspiciada por Italia, participando en westerns como I due sergenti del generale Custer (Dos rivales en Fuerte Álamo) (1965), de Giorgio Simonelli, o Sette uomini d’oro (Siete hombres de oro) (1965), de Marco Vicario. Desde ese momento, comenzó una prolífica labor cinematográfica que, no obstante, carecería de valores estrictamente artísticos, pues tras el frustrado intento de aportar cierta solidez dramática a su carrera que fue su equivocado protagonismo en el por otro lado estimable melodrama Mañana será otro día (1966), de Jaime Camino, se decantó por consolidarse como otro galán más, siempre apuesto, aunque de naturaleza dura e implacable, como pusieron de manifiesto las comedias que protagonizó a continuación: En Andalucía nació el amor (1966), de Enrique López Eguiluz, o La chica de los anuncios (1968), de Pedro Lazaga, ésta última concebida a mayor gloria de la espectacular Sonia Bruno, a la postre una de sus más asiduas parejas fílmicas. Su protagonismo en Stress es tres, tres (1968), de Carlos Saura, apoyado fuertemente en su imagen física como un atractivo y deseable arquitecto, podía haber significado el trampolín perfecto para el acceso de Juan Luis Galiardo a papeles de mayor envergadura y calidad; sin embargo, el resultado del film se resiente en exceso de las constantes intelectuales inherentes al cine del director aragonés. 

Junto a Geraldine Chaplin (dcha) en Stress es tres, tres.

El fiasco de Strés es tres, tres terminó de enclaustrar al joven actor en la producción oficialista del momento, y Galiardo, a pesar de haber ganado un Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor actor por su labor de conjunto en la temporada de 1968, terminó de desarrollar toda su actividad delante de las cámaras como irresistible y austero objeto de deseo en títulos concebidos a mayor gloria de la estrella femenina de turno: la ya mencionada Sonia Bruno en Las nenas del mini-mini (1969), de Germán Lorente, Rocío Dúrcal en doble papel para la nueva versión de Cristina Guzmán (1968), de Luis César Amadori, una intensa Aurora Bautista en la adaptación de la obra de Jacinto Benavente Pepa Doncel (1969), de Luis Lucia, Analía Gadé en la divertida comedia Coqueluche (1970), de nuevo para Germán Lorente, o Carmen Sevilla en dos bodrios consecutivos debidos a Julio Buchs: las comedias Una señora llamada Andrés (1970) y El apartamento de la tentación (1971), ésta última con un nada disimulado contenido erótico. 

Carmen Sevilla y Galiardo en El apartamento de la tentación.

Tras participar del “boom” de coproducción de principios de los setenta, interviniendo en títulos como Antony and Cleopatra (Marco Antonio y Cleopatra) (1972), debut en la dirección del actor norteamericano Charlton Heston, o The Call of the Wild (La selva blanca) (1972), de Ken Annakin, Galiardo amplió su registro pero sin levantar entusiasmo alguno al interpretar a un joven ambicioso y sin escrúpulos en el drama criminal Alta tensión (1972), de nuevo para Julio Buchs, y se apuntó una de las polémicas de la época al protagonizar Autopsia (1973), de Juan Logar, sobre un corresponsal de guerra herido de muerte. Siguió ahondando en la producción de clara inspiración anglosajona con su protagonismo en El juego del adulterio (1973), versión masculinizada de Las diabólicas (1955), de Hernri-Georges Clouzot, realizada por Joaquín Romero Marchent, y sumando bodrios a su ya abultada filmografía, de la mano de Lazaga, en Terapia al desnudo (1975), o Rafael Gil, con Novios de la muerte (1975), el mismo año que efectuaba un radical y arriesgado cambio de registro en Clara es el precio (1975), insólita película de Vicente Aranda, donde Galiardo interpretaba a un homosexual y que permanece aún hoy como una anecdótica muestra del afán desmitificador del propio intérprete, al que son contrarias sus posteriores nuevas incursiones en el género policíaco, con el protagonismo de Comando Txiquia (1976), del irregular José Luis Madrid, reconstrucción del histórico atentado a Carrero Blanco, o El alijo (1976), aparatoso fracaso comercial debido a Ángel del Pozo; o cómico, la olvidable Mayordomo para todo (1976), de Mariano Ozores, o los vehículos para Lina Morgan, Imposible para una solterona (1976), con la actriz alejada de su registro habitual, o Un día con Sergio (1977), ambas de Rafael Romero Marchent.

Con Amparo Muñoz en Clara es el precio.

A partir de entonces, la calidad de la mayoría de los productos que protagonizaba o en los que simplemente participaba rozaba abiertamente la mediocridad, con la salvedad de la recomendable y desapercibida comedia Una familia decente (1977), de Lluis Josep Comerón, y de La campanada (1980), de Camino, cinta que se convirtió desde el mismo momento de su estreno en uno de los films malditos por antonomasia del cine español. Por diversos motivos, a principios de los 80, Juan Luis Galiardo emigra a México, donde tras intervenir en roles secundarios en alguna que otra película, entre las que hay que destacar el thriller Rastro de muerte (1981), de Arturo Ripstein, y también en diversas series de televisión, se alejó de las pantallas durante cuatro años. Cuando volvió, lo hizo con energías renovadas, fundando su propia productora (Penélope Films), con la que apoyó cintas como El disputado voto del señor Cayo (1986) o Jarrapellejos (1987), ambas de Antonio Giménez Rico, interviniendo igualmente en la primera como actor. Sin embargo, como intérprete su primer papel destacable en esta segunda etapa de madurez llegó gracias a La guerra de los locos (1986), debut de Manuel Matji, como un poderoso médico de provincias fascista mal planteado en el inicio de la película pero que Galiardo salva con sobrada inteligencia, erigiéndose en uno de los mayores atractivos de la película. Esta remontada interpretativa bien hubiera merecido una nominación al Goya como actor secundario y es que parecía que el retiro mexicano había desterrado para siempre la falta de precisión en los trabajos del intérprete, pues encadenó sólidos roles de reparto para cerrar la década de los ochenta: el duro y caprichoso terrateniente de Guarapo (1988), de Santiago y Teodoro Ríos, que también produjo, o el frustrado padre militar ante un hijo que se niega a cumplir con el servicio, en Soldadito español (1988), también de Giménez Rico. Pero sobre estos, Juan Luis Galiardo obtuvo un sonoro éxito personal al parodiarse espléndidamente a sí mismo en El vuelo de la paloma (1989), de José Luis García Sánchez, como ese galán cinematográfico algo maduro ya y algo fantoche también, aunque descaradamente seductor, que el intérprete afrontó desde una saludable y desternillante honestidad, haciendo un extraordinario hincapié en el uso de su inteligente y expresiva mirada para dejar patente su valía en el género de la comedia, alcanzando inimaginables cotas cómicas en ese juego de dualidades constante al que Galiardo somete a su personaje: entre “el hombre” y “el actor” o “el actor” y “la estrella”, siempre saltando de una sarcástica realidad a una complaciente y falsa apariencia. Es tanta la brillantez con la que Juan Luis Galiardo evoluciona dentro de la surrealista puesta en escena de El vuelo de la paloma que se hace justo congratularse de que lograse una merecidísima nominación al Goya como actor secundario y uno puede incluso llegar a perdonarle el que, justo después, abandonando todo sentido del ridículo, produjese y protagonizase la burda comedia Don Juan, mi querido fantasma (1990), de Antonio Mercero o que participase en un papel secundario en el penoso debut cinematográfico de la tonadillera Isabel Pantoja, Yo soy ésa (1990), ópera prima del habitual productor Luis Sanz.

Galiardo y Forqué en Don Juan, mi querido fantasma.

Muy presente en la televisión a lo largo de toda la década de los noventa, en cuya trayectoria posee especial importancia el personaje de 'El Chepa' que le hizo todavía más popular en la serie Turno de oficio (1986-1987) y su continuación Turno de oficio: diez años después (1996), en lo cinematográfico se puede hablar del acceso definitivo de Juan Luis Galiardo a una madurez artística en la que se hace patente un acusado calibre interpretativo, del que adolecían sus trabajos de juventud. Aunque éste se viera casi siempre inmerso en proyectos, por lo general, mediocres: la tristemente desapercibida, con un reparto de campanillas, La taberna fantástica (1991), de Julián Marcos; la curiosa rareza que supone un film de piratas en nuestra cinematografía, Capitán Escalaborns (1991), de Carles Benpar, con Galiardo en papel protagonista de pirata tuerto; la comedia chabacana 'a la catalana' Ho sap el ministre? (¿Lo sabe el ministro?) (1991), vulgar regreso a la dirección de largometrajes después de trece años de Josep Maria Forn; el intento de regresar a cierto clasicismo cinematográfico que fue el mal interpretado drama Catorce estaciones (1992), de Giménez Rico; o un nuevo (y también frustrado) intento de trasladar a la pantalla grande las aventuras del personaje creado por el escritor Manuel Vázquez Montalbán, Los mares del sur (1992), de Manuel Esteban, con Galiardo en la piel del famoso detective Pepe Carvalho. Mejor suerte corrieron sus pequeñas intervenciones en otra serie de títulos pertenecientes a la primera división de nuestra cinematografía: la extraña y fantástica Madregilda (1993), de Francisco Regueiro, artísticamente autónoma de las constantes estilísticas del cine español coetáneo y que figura ya entre las obras imprescindibles de la Historia del Cine Español; la divertidísima vuelta del gran Luis García Berlanga, ganadora del Goya a la mejor película, Todos a la cárcel (1993); o la personal y surrealista Así en el Cielo como en la Tierra (1995), de José Luis Cuerda.

Familia.

García Sánchez fue el encargado de reportarle sus siguientes protagonistas, que el intérprete afrontó con notable entusiasmo dando de sí dos interpretaciones francamente seductoras en la piel de un mismo personaje, en las comedias Suspiros de España (y Portugal) (1995) y su secuela Siempre hay un camino a la derecha (1997). Pero entre y sobre ambas destaca, por su depurada perfección, por su insólita existencia y por significar la constatación del enorme oficio de Juan Luis Galiardo, su protagonismo en la espléndida Familia (1996), otra vez apostando por un novel, en este caso Fernando León de Aranoa, y por la que, es justo señalar, se merecía una nominación al Goya como actor principal. Nuevos cometidos secundarios en Pajarico (1997) y Tango (1998), candidata al Oscar por Argentina, ambas dirigidas por Saura, o La niña de tus ojos (1998), de Fernando Trueba, parecían presagiar un posible reclutamiento del intérprete en roles de carácter de lujo, hecho desgraciado cuando una película como Familia nos hacía albergar esperanzas del afianzamiento estelar definitivo de un maduro y experimentado, siempre confiable intérprete. Tras unos titubeantes pasos en falso a finales de los noventa, José Luis García Sánchez lo recuperó y nos lo sirvió en todo su esplendor, acarreando con un sólido personaje protagonista en Adiós con el corazón (2000), especie de prolongación de las anteriores Suspiros de España (y Portugal) y Siempre hay un camino a la derecha, donde la omnipresencia del actor (también productor mayoritario) da como resultado una interpretación sumamente depurada que el Festival de Málaga premió con el premio al mejor actor y la Academia recompensó con el Goya al mejor actor protagonista, premiando de paso también la errática y no muy afortunada carrera cinematográfica de un intérprete que no había demostrado merecer este tipo de reconocimientos hasta hacía bien poco, pero al que ahora nadie era capaz de reprochárselo.

Adiós con el corazón.

Con el cabezón bajo el brazo, Galiardo prácticamente se abandonó a la facilona producción nacional, prestando su rostro y su enorme presencia en labores de 'colaboración especial' en toda clase de títulos, desde algunos ciertamente vergonzosos, como Torrente 2: Misión en Marbella  (2002), de Santiago Segura, Vivancos III (2002), de Albert Saguer, Lisístrata (2002), de Francesc Bellmunt, o El oro de Moscú (2003), de Jesús Bonilla; hasta un nuevo protagonismo a las órdenes de Manuel Gutiérrez Aragón en la sobria y pretenciosa El caballero Don Quijote (2002), donde la inteligente y pormenorizada interpretación que Galiardo efectuó sobre el inmortal personaje de Miguel de Cervantes fue recompensada con una nueva nominación al Goya al mejor actor, así como otra a los Premios del Círculo de Escritores Cinematográficos. Elogios recibió también su sorprendente caracterización de Fidel Castro en la irregular cinta cubana I Love Miami (2006), de Alejandro González Padilla, aunque para este momento, Galiardo había frenado visiblemente su actividad cinematográfica y aunque diera vida con sumo encanto al mismísimo Cervantes en la publicitada comedia romántica Miguel & William (2007), de Inés París, uno de los Grandes de nuestra cinematografía sólo se dejaría ver ya en papeles secundarios, que en modo alguno brillaban a la altura de sus grandes trabajos de madurez: su maduro homosexual de la irrisoria Clandestinos (2007), de Antonio Hens, que también produjo; o nuevas colaboraciones para amigos como Bonilla, en La daga de Rasputín (2011), tardía e innecesaria secuela de El oro de Moscú, o Álex de la Iglesia, en su peor película La chispa de la vida (2011), a la postre la triste despedida cinematográfica de este eterno galán, que a fuerza de tesón logró convencer a la industria de poseer las virtudes necesarias para erigirse en uno de los valores seguros de nuestra cinematografía. Un actor inmenso, lamentablemente desaprovechado durante tantos años, que un cáncer de pulmón nos arrebató a los 72 años el pasado 21 de junio del 2012.

El caballero Don Quijote.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

gente bella y buenos artistas.