sábado, 23 de marzo de 2013

El Goya que no ganó una magnífica Concha Velasco


Como bien decía ella en el spot publicitario de la gala de los pasados Premios Goya, ésa iba a ser su gran noche. Ningún ganador del Goya de Honor ha desmerecido tal mención, pero de entre todos, el de este año a Concha Velasco se puede considerar como uno de los más justos y, por supuesto, esperados. Hace ya varios años que el nombre de la actriz vallisoletana sonaba siempre entre los 'candidatos' a recibirlo y, por fin, llegó el día en el que la Velasco puede presumir de Goya, además de tantas otras cosas. Como bien ella se encargó de recordar en su discurso de aceptación, ya había estado nominada anteriormente sin éxito, primero como secundaria en la edición de 1989 por su papel en Esquilache (1989), de Josefina Molina, y luego como principal por su trabajo en Más allá del jardín (1996), de Pedro Olea. Nosotros, aunque tarde, homenajeamos ese feliz Goya de Honor recordando esta última interpretación, sin ningún género de dudas, una de las inolvidables de la Historia del Cine Español.

Pudo sentirse orgullosa Concha Velasco de haber podido disfrutar de un nuevo protagonismo absoluto en su dilatada carrera cinematográfica cuando su presencia en la pantalla grande comenzaba a palidecer notablemente. Quién si no Pedro Olea, el director que a mediados de los setenta le proporcionó sus dos mejores empeños dramáticos en Tormento (1974) y Pim, pam, pum... ¡fuego! (1975), podía regalarle el suculento lucimiento que proporciona Palmira, la heroína romántica surgida de las páginas de la novela de Antonio Gala, en Más allá del jardín. Concebida únicamente como vehículo para la actriz, o al menos esa es la sensación que se desprende del visionado de la cinta, Más allá del jardín gira en torno a la complicada asimilación de una mujer madura, en traumática edad menopáusica, de su propia felicidad, con la que no dará hasta haber sufrido innumerables golpes vitales que, poco a poco, irán despertándola de su egocéntrico y cómodo sueño de bienestar. A pesar del desequilibrio global de la propuesta, ésta se sostiene únicamente por la omnipresencia de la intérprete, que supera el cartón-piedra en el que está esculpido su tópico personaje a través de la compleja pormenorización que realiza de absolutamente todas sus aristas. 


Con el dominio y la sabiduría inherentes a una de nuestras más completas y simbólicas actrices, Concha Velasco da forma a una espléndida composición de madurez que tiene sus mejores bazas en la creencia ciega y absoluta de todo lo que concierne a su rol, traspasando la cómoda superficialidad en la que habría sido fácil caer para adentrarse sin reservas en la compleja angustia que corroe a Palmira, exponiéndola ante las cámaras con una entrega y una valentía infinitas. Pasa la Velasco en Más allá del jardín por todos los registros imaginables y en cada uno de ellos se muestra excelsa, aportándoles una aplastante sinceridad que logra una rápida comprensión por parte del espectador. La sobriedad y delicada altanería con la que su aburguesada sevillana domina la función en cada uno de sus desesperados flirteos no tapan la acalorada sinrazón con la que busca macho esta perra en celo constante, esperanzada en poder llenar así ese vacío inmenso que dejó, hace ya mucho tiempo, la pérdida del único hombre al que realmente amó. Mérito absoluto éste de la actriz, que poco a poco va perdiendo esa fiereza animal, cayendo irremisiblemente en un doloroso mar de soledad cuando vayan desapareciendo de su lado las personas que más ama y a las que nunca ha pretendido conocer a fondo: su ama de cría, su hija prematuramente casada por embarazo o su hijo, muerto en un accidente de tráfico, escena que proporciona a la Velasco una espeluznante oportunidad de exhibir un visceral dramatismo que sacude implacable el corazón.


Siempre pausada y serena, dueña por completo de una materia prima de primera ley, la actriz triunfa en un magistral despliegue artístico que culmina con ese caminar entre los cadáveres de una terrible matanza, sosteniendo entre sus brazos a un recién nacido huérfano mientras en su rostro se dibuja una desesperanzada ausencia, envuelta en incontenibles lágrimas, mirando al frente sin hallar salida alguna. Cierto que se medía en los Goya con prodigiosos trabajos debidos a Ana Torrent, en Tesis, y a Emma Suárez, en El perro del hortelano (quien ganó finalmente el cabezón), pero éste se presentaba como la excusa perfecta para premiar como realmente se merecía la enorme categoría de Concha Velasco.

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